domingo, 5 de diciembre de 2010

Huevos

La bolsa de plástico era demasiado pequeña y no se me ocurrió nada mejor que meter los huevos en el bolso para darle así más soltura al resto de la compra. Era un alojamiento momentáneo que pretendía evitar algun posible riesgo incómodo en el corto trayecto a casa. Pero, claro, no me acordé que los había guardado en aquel lugar hasta muchas horas después, y al no darme cuenta de las consecuencias provocadas por el trajín del caminar, tampoco pude reparar en lo que aquello provocó.

El producto interior de aquellos bienes, se había independizado de su cáscara para proceder a inundar con interés inusitado todos y cada uno de los rincones de mi bolso. Y secarse. Claro, sabemos y sabíamos que ese tipo de líquido se endurece al cabo de poco rato, así pues, lo que algun día, -por ejemplo, ayer-, fue un bolso lleno de elementos y enseres muy queridos, -la mayoría de insospechada y desconocida utilidad y procedencia también para mi-, se había convertido en un sólo objeto, indivisible a esas alturas, que no por eso menos bello. Bello, sí, pero habiendo perdido buena parte de su eficacia, permanece a estas horas en el dormitorio como recuerdo endurecido de un pensamiento que tuve, seguramente en un momento de debilidad.

Y yo, mientras lo observo, permanezco ante la duda de si debo seguir pensando  débilmente, si debo intentar mantener mis planes en el tiempo, o si debo limitarme a dejar de pensar para hacerme fuerte y no cometer nuevos y mayores excesos. Y aunque seguramente se trate de todo lo contrario, ahora tan sólo me mantengo considerando las opciones que se plantean como ingredientes para la cena, obviando la palpable ausencia de aquellos desaparecidos, transfigurados, y, algún día, pretendidos bienes.


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Imagen: Walter Arland.

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