A punto estuve de decirle claramente que no me interesaba su vida lo más mínimo. Y que la forma de entusiasmo desproporcionado, sonoro e imprudente con la que dejaba el diccionario encima de la mesa cada cinco instantes, (a una distancia por otro lado incómoda y entrando en lo que era mi espacio), no iba a aumentar mi interés por si estudiaba ruso, (estudiaba ruso) o estaba leyendo un libro con las páginas en blanco. No sé si entendió que mi mirada de estupor era porque me estaba molestando. Igual que el sonido de su boca en tono quejumbroso, y sus gestos aparatosos de enfado, cuando el llanto insistente de un bebé durante quince segundos, o algo menos, inundó por completo la sala. ¿Qué quieres, que lo ahoguen? fue lo que mi mirada, una más, le gritó a sus ojos antes de darme cierta risa, falsa, por su extrema ridiculez. Después aprendí a ignorarlo, no sin esfuerzo, concentrándome en mi concentración y en mi deber. Aunque fue tras una pequeña interrupción o pausa que me tomé para escribir -supongo, por el simple placer del desahogo-, sobre las personas de presencia intencionadamente exagerada, de agresiva existencia, que despiertan de entrada y de forma inevitable un enorme e interminable desinterés.
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Imagen: Picasso
Muy lindo el Picasso y muy lindo el texto. Tiene mucha magia tu construcción de un Él destacando el Yo.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias Lucas, eres muy amable. A mi me gusta mucho lo que tú escribes, a veces es muy divertido y otras dices mucho dicendo poco.
ResponderEliminarUn saludo