
Una noche lo conocí. Tenía forma de hombre. Apareció sin que me diera cuenta, en un sueño extraño como todos lo son. Caminaba hacia mi, al lado de un amigo al que yo estaba esperando. Y sólo lo vi de lejos, reconociendo su figura, inconfundible. Pero me desperté enseguida y no pude retomar la historia, aunque lo intenté fuertemente aferrándome a la almohada. Fue imposible. Y tuve que levantarme. Muchas horas estuve pensando en qué hubiera pasado y en porque soñé con él. No sé por qué lo bauticé como dolor porque no dijo nada y ni siquiera me miró en ningún momento, pero el estómago ha dejado de dolerme. Quizás sólo lo acepté pero parece haberse ido para siempre. Después desayuné fuerte. Tal vez era hambre.
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