lunes, 21 de febrero de 2011

capacidad infinita

Hace pocos días me sucedió algo de lo más cotidiano pero distinto. Fue al llegar a casa y comprobar mi correo. Varios amigos se habían puesto en contacto conmigo, todos de forma muy cariñosa. Algunos de ellos hacía tiempo de los que no sabía nada, y otros eran de contacto menos antiguo. Más tarde, cuando me acosté, tardó un rato en llegar el sueño y empecé a pensar en la capacidad infinita que uno tiene de querer.

Hace años una persona con la que la vida me llevó a  compartir distintas experiencias, me dijo algo que me sorprendió profundamente. Ella es hija única y me comentó que sus padres habían decidido que fuera así porque de esa manera no tenían que repartir el amor con más hijos, como si eso significara que así había más. Era una creencia firme que respeté en toda su seriedad, pero fue tal el asombro que me produjo, que no lo he olvidado hasta hoy, a pesar de que han pasado muchos años desde aquel comentario.

¿Acaso el grado de estima disminuye si tienes un número mayor de personas a quien querer?  Si tienes cincuenta amigos los puedes querer muchísimo a todos, tanto o más que si solo tienes dos. No es algo que se termine y que haya que saber administrar. Y ya sé que es obvio pero parece raro. Entonces, igual que pasa con el saber que dicen que no ocupa lugar, sucede con el cariño. A mi me gusta más el verbo querer, aunque creo que al final lo uno viene con lo otro, al menos para la sabiduría que a mi más me interesa.

La capacidad de querer es infinita, y a menudo, puede devolvernos la calma, el sosiego o la esperanza, aunque estemos muertos de  cansancio, nos duela el alma o estén a punto de rompernos el corazón.




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Imagen: Alberto Burri

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