lunes, 18 de marzo de 2013

estética


Por mucho que lo intenté, no conseguí afearme. Me pinté incluso rayas negras en la cara, un ojo tuerto y me inserté una verruga peluda de mentira al lado del labio. Pero nada. Al salir a la calle no pude evitar deslumbrar. Qué mierda. Cada persona que me veía me sonreía con admiración. Otros no podían evitar hacerme un pasillo mientras me aplaudían al pasar gritándome "guapa!". Fue tan frustrante. Tanto como el día que me maquillé a conciencia y me puse el vestido nuevo, y no me vio nadie, me pisaron tres personas y un caballero inglés me empujó, sin querer, en el andén al no verme y caí a la vía. Al menos iba mona cuando salí en la tele. Desde luego hoy no quiero salir, y no porque lleve un calcetín a cuadros en la oreja que me puse para afearme, no. Es que hoy no me apetece. Porque me da rabia que las cosas salgan al revés, debe ser que voy en contra del destino, o acaso no acabo de entender el sentido de la estética de los demás. O el mío. No sé si el mundo es raro o es normal. O si soy demasiado normal para sentirme rara aunque me quite el calcetín o me atraiga la idea de no hacerlo. Demasiadas cosas que no quiero saber. 

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Imagen: Picasso

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