martes, 21 de febrero de 2012

No tengo derecho

No tengo derecho a estar triste. No tengo derecho a afligirme por un mal día ni siquiera a apenarme porqué aquel ya no me tiene en cuenta, no piensa en mi, o por descubrir que tal vez nunca lo hizo. No tengo derecho a sentir agobio, impotencia, desesperanza en los malos momentos, ni siquiera alegría en los buenos, probablemente.
Hoy un hombre, un indigente, que no pedía dinero, que no debía ir a ninguna parte, que sólo compartía vagón conmigo y con otras gentes, tapaba su rostro con sus manos, y de la forma más discreta nunca vista secaba lágrima tras lágrima sus mejillas en un silencio espantoso. La cercanía que nos ocupaba hacía que casi tocara mi brazo derecho y el pudor de la mínima distancia me impedía mirarle directamente. Fue la cara de la señora que, sentada un poco más allá, lo observaba con demasiada angustia para una hora tan temprana, lo que confirmó mi sospecha. Ella, con una expresión que sé que no podré borrar, quizá pensando qué hacer cuando no hay nada que hacer, sacó una caja de galletas de su bolsa y se la entregó. El hombre mostró entonces su cara empapada y sonrió mientras la aceptaba. Tuve tantas ganas de abrazarlo, pero solo me bajé del vagón, y lloré, mucho rato, y sentí que tampoco entonces tenía ningun derecho a hacerlo.



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Imagen: O. Guayasamín

domingo, 19 de febrero de 2012

con todos ustedes

Yo no sabía que los espejos guardaban las imágenes en movimiento y que el día menos pensado las mostraban. Qué vergüenza, no de mi, si no ajena cuando el otro día vi lo que había estado haciendo el inquilino anterior. El hombre bailaba y cantaba (también graba el sonido) delante del espejo con una arritmia sublime, desde luego original. También ensayaba sonrisas y miradas seductoras. Quizá me molesta haberme enterado. Me intimida pensar lo que pude haber hecho en el pasado, aunque desde entonces preparo monólogos y los dedico a los que me verán el día que por azar alguien haga hablar a mi espejo. Cuando bailo delante de él, previamente hago unas palabras, y cuando ensayo sonrisas seductoras, también advierto que las imágenes que van a ver pueden herir sensibilidades. En realidad estoy encantada de haber descubierto lo que pocos saben, y confieso que a menudo, en días como hoy, digo que no puedo salir, que estoy ocupadísima, solo para quedarme a solas y dedicarme a él por completo. No está mal así de repente sentir que una tiene su público.


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Imagen: Patrick Caufield

jueves, 16 de febrero de 2012

desenfocado


La ciudad está desenfocada. Pienso que mis gafas están sucias, como empañadas, cuando me doy cuenta que no las llevo. Hoy resulta difícil definir las líneas de todas las cosas. Los edificios, las calles, las personas aparecen borrosas, y así de repente, no entiendo lo que que ayer entendía, no acepto lo que ayer aceptaba con una sonrisa. Con la que se fue. No está. No llega aunque la llame. Y la cara se cansa. Un sobreesfuerzo muscular es necesario para el intento, que es fallido. Maldito corazón, maldito don el de sentir tan intensamente todo. Hoy quiero ser un zapato. 


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Imagen: Frank Auerbach

viernes, 3 de febrero de 2012

mi otro yo

Si pudiera escoger un color escogería el azul. Y un helado, el de chocolate. Y el café. Y quedarme. Y otras veces irme, rápido, desaparecer. Y a ti. Y a ti no. Y a ti también. Poder elegir entre un viaje al Caribe y un viaje a tu casa y decidir quedarme en la mía. O no. Decidir. Es lo que más me gusta de esta vida. Consciente e impulsivamente, siempre. Degustar mi decisión hasta la de no hacer nada. Incluso esa. Correr sin prisa, y esperar al que no va a venir, si me apetece. Sin dar explicaciones. Sin decir que estoy loca. Sin justificar por qué no te llamé o por qué tú lo hiciste. O por qué te echo de menos, o por qué nunca pensé en ti. Comer con la mano cuando todos me ven o mentir diciendo que nunca lo hago. O querer matar o querer morir, o querer que vivas para siempre. Cada minuto, cada segundo, decidir si escribo o si pierdo el tiempo mordiéndome las uñas mientras miro fijamente la nada. O si quiero fumar hasta siempre. O si no voy a hacer nada interesante ni ahora ni nunca, o si siempre lo estoy haciendo pero no te lo digo. Sin porqués, sin por esto o por lo otro, solo hacerlo porque yo lo decido, o mi inconsciencia, o mi otro yo. Ése sí es mi porqué.




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Imagen: Henri Matisse

eso


Descubres, no sin decepción, que no erais amigos. Erais otra cosa de la cual prefieres no hallar definición. Eso que en algún momento fue algo interesante hasta que pasó a ser aburrido. Porque la amistad crece, como el amor, o muere, y eso, por no serlo, no crecía, estaba muerto, era algo estancado, que se seca, se pudre, o tal vez incluso bello en algún instante, pero que como un espejismo desaparece sin más si dejas de mirarlo durante un rato. No te das cuenta y, de repente, ya no está. Ni siquiera quieres que regrese o en realidad sabes que no quieres, porque es mentira. Te da un poco de pena, aunque no tanta ya, lo imaginabas, que la amistad al final no exista. Cada cosa es lo que es y no hace falta ponerles nombre. Aunque nos empeñemos en hacerlo y todavía no sé porque.



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Imagen: Ramon Casas