lunes, 4 de febrero de 2013

más o menos mal


Después de salir todo más o menos mal decidí seguir el mismo estilo y tras entrar en el último restaurante que por sorpresa sí estaba abierto, y tras haber perdido o aprovechado demasiado tiempo paseando por la ciudad en busca del lugar apropiado a mi bolsillo y mi apetito, me dijeron allí que no había mesa, y que debía esperar. Sorprendida, escuché a mi voz responder que me quedaba a esperar. Como suele pasar cuando dejas la prisa, todo fue mas rápido de lo esperado. Tardé un minuto en tener mesa, y la comida  tardó también demasiado poco, casi como si supieran por mi aspecto o actitud que iba a pedir el pollo con ciruelas y la verdura guisada.
Todo se volvía más y más interesante a medida que menos me importaba que todo estuviera saliendo más o menos mal. El lugar era intenso, auténtico y lleno de realidad, sintiéndome dispuesta a recibir todo lo que el momento me fuera a ofrecer. Era capaz de disfrutar de la seriedad del camarero y del hecho inusual de que al cambiar el mantel de los anteriores comensales en mi mesa, el nuevo era una servilleta que yo misma acabé de acomodar. El señor que terminaba su postre, sentado en la mesa de mi izquierda, tan cercana como todas las demás, me fascinó sin poder evitarlo. Su sonrisa, su mirada, su calma y su linda vejez le dieron al momento una comodidad extrema desde el instante en que me senté a comer. Los dos hombres de la mesa de mi derecha no me fascinaron. Eran unos pesados y de lo más aburrido, sobre todo uno de ellos que hablaba sin pausas de dinero, proyectos, nombres propios y cargos. Pero ellos solo estaban ahí para redondear la escena, para recordarme que la vida nunca es perfecta.

Más o menos, o menos mal, había sido todo más que perfecto. 

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Imagen: Toulouse-Lautrec

sábado, 2 de febrero de 2013

objetivos, gato y pollo a l'ast

Mañana interesante. Tenía que ir a un lugar y por esa razón fui. Me desperté, temprano, y tras odiar a todos los seres vivos habidos y por haber, nacidos y por nacer, me acordé de mi objetivo, y el odio se fue desvistiendo de su traje fácil para irse silenciosamente por la puerta mientras yo me vestía de otros colores y con lo que viene a ser ropa. Y fui, hice el camino. Pasé por el centro de la tierra a hacer trasbordo, y al llegar, al salir a la superficie, no me perdí en las calles, ni siquiera tuve que preguntar tres veces por la dirección buscada de aquella ciudad tan desconocida como normal. Llegué, es verdad, ya acompañada, y subí escaleras, subí escaleras, y subí escaleras, y, al llegar a la cumbre no miré al gato. Sí, había uno allí y no me acordaba. Pero, no me atacó, ni siquiera un poco, poniéndome en el absurdo por temer a un ser amable. Ni un salto inesperado, un ruido de baja intensidad, que pudiera asustarme levemente se dignó a ofrecer el animal. No se si estaba de mi lado o me llevaba la contraria pero sucedió como os digo. Me saqué la chaqueta y las emociones me las puse, claro. Y allí estuve haciendo lo que había ido a hacer. Así fue, como os digo. Eso fue lo que hice. Exactamente lo que había ido a hacer. Y para no entrar en más detalles solo decir que primero hicimos una cosa y después la otra, y no pudimos evitar empezar al principio del rato que habíamos quedado para terminar al final, unas horas más tarde. Eso siempre pasa. Bien, y entre todo esto pasaron muchas cosas más, fuera de lo que teníamos que hacer incluso, y la mayoría bastante interesantes y de lo más común en la vida de las personas normales. Pero es fin de semana y me apetece un pollo a l'ast. Otro día lo cuento.

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Imagen: Fernando Botero