Ser o no ser gracioso, esa sí es la cuestión.
Algunas personas tienen gracia sin querer y otros quieren sin tenerla, lo que demuestra que querer no es poder en todos los casos, y aunque odio decir esto, la vida es dura a veces o no del todo satisfactoria, que suena algo mejor.
Todos conocemos a alguien que no tiene ninguna gracia pero que se esfuerza día a día por conseguirlo. No obtiene un resultado proporcional al esfuerzo, sino todo lo contrario, pero no desiste, porque a él le hace gracia. En esos casos, si lo has sufrido sabrás que, a veces, de todos modos la risa te asalta. Sucede después de varios segundos de inmovilidad, de estupor, al parecerte imposible el hecho, inverosímil casi, y tras creer o preguntarte si acaso estarás soñando. Y a pesar de las ganas de huir, de escapar de ese momento lamentable y hasta cierto punto doloroso, que no cómico, cabe preguntarse si tal vez haya un mérito detrás de esa habilidad sin igual, o si hay que admirar, estimular o promover esa insistencia, ese atrevimiento, valentía incluso, ese hacer lo que uno quiere sin esperar el aplauso o la aprobación, o al margen de él.
Si bien hay que considerar nuestras limitaciones, y tal vez no deberíamos dedicar nuestra vida profesional al humor si somos uno de ellos, hacer lo que a uno le apetece sin querer agradar resulta no menos que interesante y me pregunto si no será eso la libertad. En cualquier caso, por algun motivo desconocido, quizá por algo que me debió parecer gracioso, hoy quería escribir sobre ellos (no sin esfuerzo por ser graciosa).