miércoles, 30 de marzo de 2011

ser o no ser...gracioso


Ser o no ser gracioso, esa sí es la cuestión. 

Algunas personas tienen gracia sin querer y otros quieren sin tenerla, lo que demuestra que querer no es poder en todos los casos, y aunque odio decir esto, la vida es dura a veces o no del todo satisfactoria, que suena algo mejor.

Todos conocemos a alguien que no tiene ninguna gracia pero que se esfuerza día a día por conseguirlo. No obtiene un resultado proporcional al esfuerzo, sino todo lo contrario, pero no desiste, porque a él le hace gracia. En esos casos, si lo has sufrido sabrás que, a veces, de todos modos la risa te asalta. Sucede después de varios segundos de inmovilidad, de estupor, al parecerte imposible el hecho, inverosímil casi, y tras creer o preguntarte si acaso estarás soñando. Y a pesar de las ganas de huir, de escapar de ese momento lamentable y hasta cierto punto doloroso, que no cómico, cabe preguntarse si tal vez haya un mérito detrás de esa habilidad sin igual, o si hay que admirar, estimular o promover esa insistencia, ese atrevimiento, valentía incluso, ese hacer lo que uno quiere sin esperar el aplauso o la aprobación, o al margen de él.


Si bien hay que considerar nuestras limitaciones, y tal vez no deberíamos dedicar nuestra vida profesional al humor si somos uno de ellos, hacer lo que a uno le apetece sin querer agradar resulta no menos que interesante y me pregunto si no será eso la libertad. En cualquier caso, por algun motivo desconocido, quizá por algo que me debió parecer gracioso, hoy quería escribir sobre ellos (no sin esfuerzo por ser graciosa).


martes, 22 de marzo de 2011

un guante

Entre gente apresurada y turistas a ritmo de tortuga extranjera, caminaba yo a compás urbanita mirando al suelo como hago a veces, cuando vi lo que siempre de alguna manera me entristece: un guante. Un guante solitario a la espera de nada. Un guante ocupando un lugar menos que secundario en la escena, desatendido, abandonado e ignorado como nunca antes lo fue. Y como otras veces me sucede, me hizo pensar en el otro, en el que dejó de ser también por haber perdido lo que le daba sentido. ¿Dónde estaría? Quizá en otra ciudad, en otro país o en algun aeropuerto, o a cinco minutos de distancia, quién sabe, pero sufriendo seguramente el mismo desprecio. Una muerte de algo que aún es, pero que ya no sirve para nada. Porque aunque la otra parte aún existe, que es el hecho que resulta más dramático, la separación los vuelve a ambos objeto inútil.

Y aunque era realmente hermoso, permanecía en el suelo aún cuando giré la cabeza unos metros más lejos para volverlo a observar, para despedirme, y dónde debe continuar todavía a estas horas.

Una historia triste la de los guantes perdidos, la de ser guante, en realidad, la de la separación que te anula, la de dejar de ser, solo por ser mitad. Qué triste ser mitad.

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Imagen: Keith Garrow

viernes, 18 de marzo de 2011

si no le importa

Por favor, si no le importa, caballero, ¿sería tan amable y... me devuelve el corazón? Es que es mío, jeje, gracias. Oiga, perdone, olvidé decirle algo, ¿me devolvería la ilusión? Oh, gracias, es usted de lo más adorable. La echaba de menos. Y espere, perdone, señor, tiene usted mi pasión por ahí también, creo. Ahí está, gracias, la había perdido también, gracias de nuevo, ¿eh? Y perdone, disculpe, es que también tiene mi risa, esa que es tan divertida...vaya, ya la tenemos. Qué bien. Bueno, pues nada, qué le iba a decir, ¿qué sabemos de...una parte de mi cerebro o...de mi mente? ¿o me equivoco? ah ¿toda? oh, vaya, pues sí que la necesitaría, sí. Gracias, muchas gracias. De veras, que me está haciendo usted un gran favor. No se imagina. Hala, pues, ya está, que me voy entonces, solo me queda darle las gracias de nuevo, y...¿cómo? no, ¿eh? lo sé, yo tengo..., sí, sí, todo lo que está diciendo, sí, pero de otros nombres, no del suyo, de usted no tengo nada, lo sé, no se preocupe. Pues eso, adiós, adiós. Cuídese mucho, por favor. ¿Lo hará?



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Imagen: Paul Klee

lunes, 14 de marzo de 2011

mi ciudad perfecta

Os voy a robar a algunos de vosotros para poneros en mi ciudad perfecta. Cada uno habréis sido puestos allí para una función, aunque después os haga libres para que podáis sorprenderme en cualquier faceta. Así pues, algunos cantaréis, otros escribiréis, otros me haréis reir o pensar con vuestro ingenio, y otros solo haréis vuestras vidas a las que yo podré observar y ya será suficiente.

Mi ciudad tendrá mar y montaña, calles, bares, teatros, y espacios verdes sin ruidos urbanos ni motores. Y estarán todos, todos los que fueron diferentes, los que me regalaron un recuerdo, todos los que encontré o me encontraron en el camino y que siguieron el suyo que a menudo está demasiado lejos del mío, en otras ciudades, en otros países, o en otros horarios, ajenos a mi espacio y a mi tiempo, a mi ritmo o a mis necesidades, y a los que no puedo tocar o mirar siempre que me apetece.

Pero como esto es un sueño y la ciudad perfecta no existe, me conformo con tenerlos en mi mente hasta que salgan de ahí, o les dejo permanecer si lo hacen, forjando mi memoria y mi propia existencia.

Por todo lo que me dieron, ya son algo de mi misma, y el recuerdo a menudo es demasiado sabio, y tan absurdo como inútil es intentar manipularlo. Tratar de forzar el olvido o instalarse en el recuerdo es de locos o al menos  yo no le veo el sentido.

Vivir en el pasado, es como dejar de vivir y me pregunto si a alguien le interesa en esta vida rara que cambia cada día un poco, a veces demasiado, pero siempre de forma inevitable. Y nunca sabes cuando la salud  va  a traicionarte, un accidente te va a cambiar el contexto o algun suceso de lo más ordinario te romperá los esquemas y las emociones. Saber adaptarse con alegría a los cambios que no buscamos quizás es ganar la batalla de la vida. Me emociono con los que lo logran y les agradezco esas lecciones.

Y aunque no sepan cantar ni me hagan reir sus chistes, ellos son los primeros que llegan a mi ciudad perfecta, y los últimos en marcharse. 


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Imagen: Francis Picabia

viernes, 11 de marzo de 2011

veo, veo ¿qué ves?

Todos me miran. Hoy lo noto. Me dispongo a no pensar. Pero es demasiado, demasiado presente. Algo sucede. Me detengo. Dejan de mirar. Pero empiezan, de nuevo. Camino. No los conozco, pero todos invierten un momento, más del previsto, en observar. No sé qué ven. Qué me ocurre. Quizá es el día. Lo olvido. Miento. Camino deprisa, quiero evitar lo inevitable. Pero nada, nada cambia. Ellos miran y yo no pregunto. ¿Huyo? no puedo. Entonces, decido. Voy hacia ellos, los miro, yo primero, y abro la boca, despacio. Pero antes de hablar, alguien lo impide. ¿es un consejo? No puedo verle. Solo le escucho. No preguntes, detente. Le ignoro, y procedo. Pero nadie responde. Y en un segundo, todo es distinto, no existo, no soy visible, todos dejan de mirarme. ¿Lo echo de menos?



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Imagen: Willem de Kooning