Salí a la terraza a que me diera el aire. De repente oí un ruido detrás mío. Me di media vuelta y miré hacia arriba donde una sombra me llamó la atención. Vi en el tejado a un hombre agachado con cara y postura de malo que me observaba como esperando alguna cosa.
- ¿Qué haces ahí?-, le dije sin alzar la voz.
- Soy un ladrón, y venía a robar todo lo que tengas de valor-, me dijo en tono de pedir permiso.
- Pasa si quieres, pero no hay mucho, -le contesté-, compré una chaqueta de piel interesante el otro día, en las rebajas, pero no creo que sea de tu talla.
Se quedó inmóvil unos segundos, fijando la mirada en mi, un poco frustado, sin maldad, y creyendo por completo en mis palabras. Me dio pena.
Finalmente en un salto se puso a mi lado, se quitó la cara de malo y el abrigo y entró, aunque tuve que insistir. Estuvimos charlando y tomando unas cervezas un rato, no era un mal hombre, y después de intercambiarnos los teléfonos, se fue no por donde había venido sino por la puerta que era más sencillo.
Se llamaba Jerónimo y me cayó bien por su naturalidad, y porque no tenía mala fe. Pensé cuántas veces la vida resultaría más fácil si pudiéramos manifestar claramente nuestros intereses, simplemente decir las cosas que pensamos sin ninguna otra complicación ni intención más que la de comunicar. Lo pensé, pero no es cierto. En algunos casos, quizás para no hacernos daño, es mejor callar o mantenernos en la ambigüedad, que si se sabe escuchar, ya es decir demasiado.
- ¿Qué haces ahí?-, le dije sin alzar la voz.
- Soy un ladrón, y venía a robar todo lo que tengas de valor-, me dijo en tono de pedir permiso.
- Pasa si quieres, pero no hay mucho, -le contesté-, compré una chaqueta de piel interesante el otro día, en las rebajas, pero no creo que sea de tu talla.
Se quedó inmóvil unos segundos, fijando la mirada en mi, un poco frustado, sin maldad, y creyendo por completo en mis palabras. Me dio pena.
Finalmente en un salto se puso a mi lado, se quitó la cara de malo y el abrigo y entró, aunque tuve que insistir. Estuvimos charlando y tomando unas cervezas un rato, no era un mal hombre, y después de intercambiarnos los teléfonos, se fue no por donde había venido sino por la puerta que era más sencillo.
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Imagen: Dalí