lunes, 28 de febrero de 2011

el ladrón

Salí a la terraza a que me diera el aire. De repente oí un ruido detrás mío. Me di media vuelta y miré hacia arriba donde una sombra me llamó la atención. Vi en el tejado a un hombre agachado con cara y postura de malo que me observaba como esperando alguna cosa.
- ¿Qué haces ahí?-, le dije sin alzar la voz.
- Soy un ladrón, y venía a robar todo lo que tengas de valor-, me dijo en tono de pedir permiso.
- Pasa si quieres, pero no hay mucho, -le contesté-,  compré una chaqueta de piel interesante el otro día, en las rebajas, pero no creo que sea de tu talla.
Se quedó inmóvil unos segundos, fijando la mirada en mi, un poco frustado, sin maldad, y creyendo por completo en mis palabras. Me dio pena.

Finalmente en un salto se puso a mi lado, se quitó la cara de malo y el abrigo y entró, aunque tuve que insistir. Estuvimos charlando y tomando unas cervezas un rato, no era un mal hombre, y después de intercambiarnos los teléfonos, se fue no por donde había venido sino por la puerta que era más sencillo.

Se llamaba Jerónimo y me cayó bien por su naturalidad, y porque no tenía mala fe. Pensé cuántas veces la vida resultaría más fácil si pudiéramos manifestar claramente nuestros intereses, simplemente decir las cosas que pensamos sin ninguna otra complicación ni intención más que la de comunicar. Lo pensé, pero no es cierto. En algunos casos, quizás para no hacernos daño, es mejor callar o mantenernos en la ambigüedad, que si se sabe escuchar, ya es decir demasiado.


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Imagen: Dalí

lunes, 21 de febrero de 2011

capacidad infinita

Hace pocos días me sucedió algo de lo más cotidiano pero distinto. Fue al llegar a casa y comprobar mi correo. Varios amigos se habían puesto en contacto conmigo, todos de forma muy cariñosa. Algunos de ellos hacía tiempo de los que no sabía nada, y otros eran de contacto menos antiguo. Más tarde, cuando me acosté, tardó un rato en llegar el sueño y empecé a pensar en la capacidad infinita que uno tiene de querer.

Hace años una persona con la que la vida me llevó a  compartir distintas experiencias, me dijo algo que me sorprendió profundamente. Ella es hija única y me comentó que sus padres habían decidido que fuera así porque de esa manera no tenían que repartir el amor con más hijos, como si eso significara que así había más. Era una creencia firme que respeté en toda su seriedad, pero fue tal el asombro que me produjo, que no lo he olvidado hasta hoy, a pesar de que han pasado muchos años desde aquel comentario.

¿Acaso el grado de estima disminuye si tienes un número mayor de personas a quien querer?  Si tienes cincuenta amigos los puedes querer muchísimo a todos, tanto o más que si solo tienes dos. No es algo que se termine y que haya que saber administrar. Y ya sé que es obvio pero parece raro. Entonces, igual que pasa con el saber que dicen que no ocupa lugar, sucede con el cariño. A mi me gusta más el verbo querer, aunque creo que al final lo uno viene con lo otro, al menos para la sabiduría que a mi más me interesa.

La capacidad de querer es infinita, y a menudo, puede devolvernos la calma, el sosiego o la esperanza, aunque estemos muertos de  cansancio, nos duela el alma o estén a punto de rompernos el corazón.




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Imagen: Alberto Burri

miércoles, 16 de febrero de 2011

si yo fuera perro

Si yo fuera perro no tendría que llevar paraguas cuando llueve, bastaría con sacudir mi cuerpo al resguardarme y no estaría incómoda ni me sentiría sucia.

No tendría que trabajar, ni me importaría el dinero porque no lo necesitaría, y la felicidad sería esperar y recibir alegremente a mi amo sin sentir que ser sumiso me oprime.

No tendría que pagar facturas ni aspiraría a nada, y si me enfadara ladraría un poco y con eso bastaría. Tendría un hueso preferido y me llevarían al veterinario si me pusiera enfermo, y podría estar jugando todo el tiempo y si me cansara, dormiría cinco horas seguidas o hasta tener hambre.

Tendría un amo que me hablaría en lenguaje humano y yo no tendría que contestar aunque no entendiera nada.

Pero también me pondrían esos jerseys caninos espantosos que se han puesto tan de moda entre algunos perros urbanos, y que me ofenden y afligen haciéndome  confraternizar con esa especie simpática e irracional. No quiero ser perro. 


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Imagen: Keith Haring.

martes, 1 de febrero de 2011

interesante

Qué curioso me pareció siempre lo poco que tiene que ver hacer cosas interesantes con ser persona interesante.

Antes de descubrirlo me parecía que iba unido, que una cosa llevaba a la otra, que era obligatorio ser una persona interesante si eras capaz de sorpender en algun ámbito con algo de tu invención. Y me refiero a lo creativo, a lo intelectual y a lo artístico, y especialmente a lo que concierne a las palabras, ideas de las que te dan ganas de conocer más al que las pensó, imaginando que le quedó más por decir y presuponiéndole incluso un estilo al hacerlo.

Sin embargo, no siempre es así. Puedes hacer los mejores poemas o escribir las canciones más impactantes y ser persona insulsa, aburrida o anodina. Y no es una crítica porque no podría serlo ya que no es condenable ser soso, más bien responde a la simple observación de la realidad, que en tantas ocasiones me sorprende. Porque aunque hace tiempo que lo aprendí, todavía me sigue resultando extraño, y a veces sigo empeñada en creer que debe existir una relación directa entre esas dos cosas.

Supongo que es una fantasía alimentada por la propia literatura y el cine. El personaje del escritor que trabaja de funcionario, tiene dos hijos, esposa, hipoteca, perro, y mira la tele los sábados por la tarde, es menos interesante supuestamente que el del que vive en un barco, alcoholizado, y tiene amantes o va de putas los lunes, aunque los dos piensen de la misma manera. Y aunque también valga el personaje interesante en versión menos decadente -quizás un lindo divorciado enamorado que desayuna cereales-, cabe entonces preguntarse si pensar de una determinada manera define nuestra forma de vivir, o si acaso debería hacerlo. O si lo que caracteriza de interesante a una persona es qué vida decidió tener, o si alguna vez lo hizo o le fue viniendo.
 

En cualquier caso, aunque los sábados miremos la tele o ahoguemos nuestros días en alcohol o en cereales, eso no lo es todo. Al final todos llevamos más o menos las mismas vidas aunque nos guste sentirnos diferentes y especiales, y quizá el punto está en ir un poco más lejos. Es la actitud ante la vida lo que nos hace distintos. Unas veces tendrá que ver con nuestras posesiones y rutinas, y otras no. A veces son pequeños detalles que son grandes porque nos definen, y ahí cada cuál que encuentre su propia definición y sus propios intereses para encontrale algo más a cada persona. Seas poeta, dramaturgo, conserge o profesor de chino mandarín.



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Imagen: Markus Lüpertz